Amy y Joan eran amigas desde la infancia. Compartían juegos, risas y aventuras, a pesar de los problemas de salud de Joan. La pequeña Joan sufría de problemas de visión, por lo que el contacto directo con la luz le hacía daño, todos los juegos entre las pequeñas eran dentro de la casa, en horas de la noche.
Los padres de Amy no estaban muy convencidos de la amistad entre las pequeñas, a pesar que no se oponían, consideraban que Amy debía conocer a otras personas y jugar en alguna ocasión fuera de casa.
Joan sentía algo de resentimiento por los pensamientos de los padres de Amy, la pequeña no quería que fueran separadas pues Amy era su única amiga.
Los años pasaron y el carácter de Joan comenzó a tornarse posesivo, Amy quien ya empezaba clases en preparatoria, tenía nuevos amigos y Joan no estaba contenta con la situación.
Las jóvenes amigas decidieron hacer una cita para hacer postres en casa de Joan, sin embargo, esa tarde Amy no apareció. Joan se sentía devastada y con ánimos de vengarse.
Pasadas las horas, Amy llamó a Joan y se disculpó, le dijo que algo había surgido con sus amigos y no pudo asistir a su casa, Joan ya había pensado la venganza, así que le respondió de inmediato cuándo podrían verse.
-Mañana en la tarde estaré en tu casa para hacer postres –comentó segura Amy, sin saber lo que le esperaría.
Esa tarde Amy llevó lo necesario para pasar una tarde diferente con Joan, sin embargo al llegar a casa notó que todo estaba totalmente a oscuras y nadie respondía a sus llamados.
Cuando se dio la vuelta para salir, la cerradura no le permitía hacerlo y sintió cómo la tomaron por la espalda, al voltear, vio a Joan con un rostro que reflejaba la furia que había acumulado.
Al tratar de huir, fue inútil, Joan enterró en los ojos de Amy dos alfileres que hicieron que la chica perdiese la visión enseguida.
Acto seguido, entre los gritos de Amy, Joan le susurró al oído:
-Quiero que entiendas mi realidad, así nunca más me dejarás sola.